Romanos 6:2

No reine, pues, el pecado en vuestro cuerpo mortal, de modo que lo obedezcáis en sus concupiscencias.

En Cristo, los creyentes están muertos al pecado.

Como pastor, frecuentemente encuentro gente que profesa ser creyente, pero viven en todo tipo de pecados.

La incongruencia de la gente que se dice creyente mientras vive en constante pecado no era desapercibida para el apóstol Pablo

En Romanos 6:1 él hizo una pregunta retórica “¿perseveraremos en el pecado para que la gracia abunde?” en el verso 2 responde su propia pregunta al exclamar: “¡En ninguna manera!” la negación más fuerte en el idioma griego.

Pablo expresó el horror e indignación ante el pensamiento de que un verdadero cristiano pudiera permanecer en un estado constante de pecado. El que una persona diga que es cristiana y viva en continuo pecado es absurdo.

Pablo continúa en el verso 2 explicando por qué los creyentes no continúan viviendo en pecado diciendo: “los que hemos muerto al pecado ¿cómo viviremos aún en él?”

Su punto es que los creyentes, en la salvación, murieron al pecado.

Por lo tanto, no pueden vivir en un estado constante de pecado, porque es imposible estar muertos y vivos al mismo tiempo.

Aquellos que continúan en pecado sin arrepentirse, dan evidencia de que están muertos espiritualmente, sin importar lo que digan.

Los incrédulos están “muertos en sus delitos y pecados” (Efesios 2:1), “siguiendo la corriente de este mundo, conforme al príncipe de la potestad del aire, el espíritu que ahora opera en los hijos de desobediencia” (v2)

Los creyentes por otro lado, hemos sido “librados de la potestad de las tinieblas y hemos sido trasladados al reino de su amado Hijo” (Colosenses 1:13)

Los cristianos ya no vivimos en el reino del pecado, aunque todavía cometamos pecados.

Tener un entendimiento apropiado de la relación del creyente con el pecado es fundamental para progresar en la santidad.

Nosotros los creyentes estamos conscientes del peligro del pecado, pero la realidad es que para nosotros es un enemigo derrotado.

Por John MacArthur