1 Juan 2:16
La vanagloria de la vida no proviene del Padre sino del mundo.

 

La tercera forma de tentación está en el corazón del movimiento de la Nueva Era: la tentación de dirigir nuestro propio destino, regir nuestro mundo, ser nuestro propio dios.

Satanás tentó a Eva con respecto a la fruta prohibida: “el día que comas de ella tus ojos serán abiertos y serás como Dios conociendo el bien y el mal”(Genesis 3:5).

La oferta de Satanás fue una atracción exagerada para nuestra propensión a gobernar. Parecía decir: “no te sientas satisfecho de estar debajo de Dios cuando tienes el potencial de ser como Dios.

Cuando Eva se convenció de que el árbol era deseable para hacerse sabios ella y Adán comieron (Genesis 3:6).

La promesa de Satanás a la pareja, de que serían como Dios era una gran mentira.

Cuando Adán y Eva cedieron ante su tentación, no se volvieron los dioses de este mundo como él se los había dicho. En lugar de ello, ellos cayeron de su posición de gobernadores con Dios, y Satanás se convirtió en el dios de este mundo, justo como lo había planeado.

Satanás intentó hacer lo mismo con Jesús cuando le dijo: “todos los reinos de este mundo y su gloria te daré,  si postrado me adoras” (Mateo 4:9).

Cuando piensas en la oferta de Satanás, ves que es ridícula. ¿Por qué se sentiría tentado Jesús a adorar a Satanás a cambio del mundo, cuando Él era el dueño del universo?

Él contestó”escrito está: Solo al Señor tu Dios adorarás y a Él sólo servirás”

(Mateo 4 verso 10).

La tentación de la vanagloria de la vida pretende dirigirnos lejos de la adoración a Dios y destruir nuestra obediencia a Dios al invitarnos a ser nuestro propio dios.

Cuando sientas que no necesitas la ayuda de Dios o su dirección, que puedes manejar tu vida sin consultarle, que no necesitas arrodillarte ante nadie, ten cuidado: esa es la vanagloria de la vida.

Cuando dejas de adorar y servir a Dios, en realidad estás adorando y sirviendo a Satanás, que es lo que él quiere más que nada en el mundo.

En lugar de ello, tu vida debe caracterizarse por una gran humildad y obediencia a Dios.

(1 Pedro 5:5-11).

Por Neil Anderson